El pasado 7 de abril salió a la luz pública un comunicado titulado “Panamá: una salida a la crisis del COVID-19 enfocada en el bienestar colectivo”, firmado por centrales obreras y otras organizaciones gremiales, comunitarias y de la ciudadanía en general, incluyéndome. Soy médico epidemiólogo, y he dedicado mi carrera al ideal de crear las condiciones y proveer tratamientos que den salud. Y es que, como doctor, uno aprende de la experiencia de nuestros pacientes, que sin salud todos los otros renglones de nuestra vida no tienen valor. No importa quién seas, todos habitamos cuerpos frágiles y susceptibles a enfermarse.
En salud pública el paciente es la sociedad en general. Se entiende que en salud somos todos parte de una cadena, que es tan fuerte como su eslabón más débil. Hace 50 años, el Dr. José Renán Esquivel, primer ministro de Salud de Panamá, imprimió en nuestro país una visión de salud integral, participativa, comunitaria y preventiva, que quedó plasmado en el lema: “Salud igual para todos”, que permanece hasta hoy.
Durante las últimas décadas y sobre todo durante los últimos 30 años, hemos paulatinamente debilitado los eslabones de la cadena. Y ahora esta cadena se ha quebrado en varias partes. Nos ha debilitado la corrupción, la política partidista, el sistema económico que solo mide el valor del ser humano en términos de su consumo y del tamaño de su cuenta bancaria, el clientelismo, y la idea que gobernar significa tener el derecho a vender el bien público y robar los recursos que el panameño destina con sus impuestos a ayudar al más necesitado.
“¿Me escuchas? Aquí hay una lección”, susurra el COVID-19 en el oído de cada panameño que hoy está en su casa encarcelado, tratando de disfrazar su ansiedad con la luz de su celular.
Nadie se vuelve doctor sin ser optimista. Y con ese optimismo me atrevo a soñar que Panamá tomará conciencia y aprenderá las lecciones que COVID-19 nos está enseñando. Así que me traslado mentalmente al año 2040. Ya habrán pasado 20 años de esta pandemia, y mis bisnietos me preguntarán incrédulos: ¿Cómo eran aquellas épocas, ya que el Panamá del 2040 es sinónimo de lo extraordinario?
Yo les contestaré que esto ocurrió porque, ante la tragedia de la pandemia, nos atrevimos a pararnos frente al espejo y vernos claramente. ¿Y saben lo que vimos? Vimos que a la verdad no le importan las opiniones, la política ni las mentiras convenientes. La verdad es inmutable y si la ignoras no se va. En el Panamá del 2020, la verdad cuando era bochornosa o inconveniente se ocultaba. Nos consentíamos con rascacielos y con el bienvivir de aquellos multimillonarios que usaban a nuestro país como su parque privado y a nuestra naturaleza y gente como un bien a explotar.
De esta forma el hambre, la falta de sanidad, las escuelas fracasadas, los hospitales sin insumos, y la juventud perdida se podía ignorar. Pero cuando el COVID-19 llegó, la única solución era saber la verdad. Porque el COVID-19 se reproduce en la falta de datos, en la falta de análisis, en la propaganda política, y en la censura. Cuando decidimos lidiar con la verdad, empezamos a tener que darles soluciones a las malas noticias.
Y con esto aprendimos otra lección. Nos dimos cuenta de que para solucionar nuestros problemas necesitamos una población diversa y con altos niveles de conocimiento y capacidad técnica que está entrenada para buscar soluciones y ser creativos.
Antes de la Gran Pandemia, el país gastaba solo 3.3 % de su PIB en educación. Panamá estaba casi de último en los exámenes de PISA. Cuando los resultados bochornosos del PISA salieron en 2019, la mayoría de los panameños no se mostró demasiado consternada. El tema no dominó los noticieros. Y es porque el conocimiento y la capacidad técnica no eran los principales determinadores de una vida próspera. En el Panamá pre-COVID-19, tu estatus social, tu parentesco, tu raza, y tu partido político tenían más peso que tu capacidad. La capacidad técnica se importaba. El emprendedor y el inversionista era casi siempre extranjeros. Nuestras soluciones eran importadas.
El COVID-19 puso en evidencia que a veces nos toca salvarnos a nosotros mismos. Y con eso, la mediocridad dejó de ser tolerable. La innovación y el emprendimiento local se volvió esencial. De esta forma se rediseñó el sistema educativo. También se creó una sociedad que, al buscar soluciones, empezó a crear valor con nuevos productos, tecnologías, conceptos, ideas, y arte.
La pandemia la sufrimos todos los panameños, pero no todos por igual. Un gran número de personas perdieron sus trabajos. El hambre se sintió en la casa. La pobreza empezó a tocar la puerta de la clase media, y la pobreza del pobre se agudizó. Entonces nos dimos cuenta de que las apuestas neoliberales y las promesas de prosperidad del sistema financiero internacional no dieron el retorno de la inversión que habían prometido, más bien todo lo contrario. Haber cedido inadvertidamente importantes recursos de nuestro país a intereses particulares, resultó en fracasos, que afectaron nuestros bosques, nuestra agua, nuestra educación, nuestro sistema de salud y nuestro sector agropecuario, entre otros.
Nos habíamos quedado con una desigualdad económica deslumbrante. Panamá era a la vez uno de los países más ricos en promedio, pero con más pobres de América Latina. El COVID-19 peló el barniz y dejó descubierta la madera podrida. El pueblo panameño dejó de arrodillarse ante la clase política y empresarial del país y exigió democracia real y gobernantes comprometidos por el bienestar de todos los panameños. El jamón navideño de repente no compraba votos. Y la coima se sentía asquerosa.
El Panamá del 2040 es extraordinario, porque empezó a creer en sí mismo. Él vio a sus doctores luchar sin insumos, arriesgando sus vidas por salvar al extraño; vio a su personal de aseo limpiar por él; vio al agricultor tratar de levantar una cosecha, aun ante la competencia desleal de los importadores. Como ellos, muchos más nos inspiraron a tener fe en nosotros mismos.
Ahora dejo a mis bisnietos y regreso al Panamá de ahora. Como salubrista, les puedo decir que eventualmente le ganaremos al COVID-19. Sin embargo, Panamá enfrenta grandes retos. No nos podemos dar el lujo de conformarnos con la mediocridad. Tendremos que ser extraordinarios.
Agradecimiento especial al doctor Daniel Betts Carrington, por sus valiosos aportes y a mi compañera de vida, doctora Carmen Carrington, fuente de inspiración y amor al prójimo.
*CLAUDE BETTS / MD, MPH, MBA. Diplomático de la Carta Global de Salud Pública, Federación Mundial de Asociaciones de Salud Pública. Vicepresidente para América Latina y el Caribe, Asociación Americana de Salud Pública, 2017-2018. Presidente, Sociedad Panameña de Salud Pública, 2015-2019.
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